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La historia del criogeólogo ruso que se inyectó una bacteria de millones de años para alargar la vida en “diez veces o cien veces”

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La especie humana lleva siglos -como mínimo - tratando de vencer a la muerte.

Desde la piedra filosofal alquímica - sobre la cual llegó a escribir incluso Isaac Newton en documentos que fueron publicados por la BBC - hasta lo que hizo Bryan Johnson de inyectarse el plasma sanguíneo de su hijo.

Hace aproximadamente una década que el doctor Anatoli Brouchkov atrajo, repentinamente, la atención del mundo entero. El geólogo ruso, jefe del Departamento de Geocriología de la Universidad Estatal de Moscú, apareció en multitud de medios, desde Vice y el New York Times a El Confidencial y The Daily Start, y por un buen motivo, ya que el científico había cruzado una línea en su esfuerzo por descubrir la clave para la longevidad humana:

Empezó a experimentar consigo mismo inyectándose una bacteria antiquísima extraída del permafrost de Yakutia, una región de la Siberia central.

Antes de inocularse a sí mismo, ya se habían realizado varios experimentos que tuvieron resultados prometedores: el tratamiento con esta bacteria en ratones viejos les permitió conservar sus capacidades reproductivas hasta edades significativamente mayores de lo normal; también aumentó la esperanza de vida de moscas de la fruta; y aumentó la vitalidad de las plantas que fueron expuestas al Bacillus F.

No es arbitrario, claro. Esta bacteria, el Bacillus F, tiene una particularidad: de alguna manera, se había mantenido viva durante millones de años, al menos 3,5 millones, sin degradarse ni perder sus propiedades.

Ni la vida, claro, que es aún más sorprendente. Según se observó a través de las investigaciones, el quid de la longevidad de la bacteria tendría que ver con algún mecanismo que evitaría la degradación del ADN-ARN, uno de los factores contemplados como principal causa del envejecimiento y eventual muerte de todos los seres vivos.

“Es obvio que la bacteria tiene ese mecanismo. Es obvio porque conocemos la edad la bacteria. Es muy antigua, y no muere. Así que tiene algún mecanismo de protección. Creo que no es una hipótesis. Se convierte en hecho solo porque la bacteria existe”, explica. “No sabemos cuál es, pero definitivamente lo tiene. De lo contrario, la bacteria estaría muerta. Pero tras millones de años, o miles de años, no se muere. Esto significa que tiene alguna protección. Y una muy eficaz. (...) Probablemente sea un mecanismo eficiente de reparación de daños al ADN”, asegura a Infobae España.

Los resultados de la experimentación en personas

El científico asegura que, aunque trata de ser cauto al elegir las personas a las que deja participar, actualmente hay varios individuos que han probado a inyectarse esta bacteria. “Yo lo he repetido varias veces, y también algunos amigos. Hoy en día hay unas 20 personas intentando utilizarla.

Algunas solo la usan una vez, pero otras lo usan de forma más o menos regular. Y, bueno, hay algunos resultados positivos, pero no hay ninguna prueba de que pueda alargar la vida significativamente”.

“Hicimos análisis de sangre antes y después de los experimentos (...) y, en resumen, hay un efecto de incremento de la actividad física. Del poder muscular. Un incremento visible de los niveles de testosterona, además de otros parámetros sanguíneos (...) Hay unas 20 personas con las que hemos experimentado y que presentaron esos efectos positivos. Pero bueno, mi objetivo es alargar la vida humana, pero no solo en, digamos, un 50%, ¿sabes? Sino diez veces o cien veces”, aunque no está seguro del todo de que sea posible.

De cualquier forma, también añade que ya registró alguna patente de “extracto de la bacteria como complemento alimenticio” en algunos países

Imagen e información: Anatoli Brouchkov